¿Saúl, A dónde vas?

“Me encontraba en México, exhausto y deshidratado tratando de regresar a casa. Luego de una larga espera la troca en la que me transportaba empezó a avanzar a 10, luego a 20 kilómetros por hora. El cansancio y la falta de fluidos hacían que todo se moviera como entre una densa neblina. En mi ensueño divisé una niña corriendo a la velocidad de una súper heroína, luego dio un salto de canguro para aterrizar dentro de la camioneta.
“¿Cómo te llamas?” Me pregunta la niña en mi alucinación.
“Saúl.” Ella ríe con una risa incontenible.
“¿Saúl, a dónde vas?”
“¿Qué?” (¿¡Ay, Dios mío, esta niña es real!?)
“¿Saúl, a dónde vas?”
“A los Estados Unidos.” Ella continúa con su risa de eco.
“¿Tú conoces a María Juanita?”
“No.” (Debe haber como 100.000 María Juanitas en los Estados Unidos)
“María Juanita es mi mamá. Ella se fue a los Estados Unidos hace 10 años. Cuando la veas dile que la extraño y la quiero mucho.”…”

La historia la escuché en el Museo Mint de Charlotte, en un evento de artistas donde los sentidos se agudizan y las palabras e imágenes quedan grabadas como tatuajes.
Pensé en Saúl… y en la niña. Y como en todas las historias y películas el personaje (la niña) me poseyó durante los minutos en que Saúl contaminó nuestro aire de nostalgias. Cuando su historia alcanzó el punto final, la niña me soltó, y me hizo sentir como una huérfana por tercera vez.

Los viajeros que pasaban por Bogotá, puentes accidentales entre mi madre y yo. ¿Usted a dónde va? ¿A España? ¿Conoce a Luz? Luz es mi mamá. Ella se fue a España hace 10 años. Cuando la vea dígale que…

Ella y yo usábamos viajeros como un teléfono roto. Cada una llenó su casa de recuerdos de mi madre en España… recuerdos de mi hija en Colombia. Cada una creó un altar para venerar a la otra y presumir de un amor que nos unía desde el cordón umbilical.

La primera vez que quedé huérfana fue cuando ella en su delirio juvenil se fue al paraíso, a las Islas Canarias, y mi hermano y yo nos quedamos en el purgatorio, a la espera de oraciones y buenas obras que nos dieran el tiquete de salida.

Esa primera vez mi corazón dejó de latir, mi mirada la buscaba entre el asfalto, el polvo de la calle y la risa de otras mujeres. Entré en un estado hipnótico que me forzaba a hacerme daño para sentirme viva o que tenía valor para alguien. En ese tiempo comenzaron el sonambulismo y los cambios de identidad.

Sus cartas, largas como la línea de la vida, sus casetes de bossa nova, Charles Aznavour y Édith Piaf consolaban las noches de las que no deseaba despertar. Pasaron diez años y la niña no creció. Sus pechos y sus nalgas le decían al mundo que era una mujer, pero en su mundo, en su pequeño mundo, ella seguía siendo la misma niña cuya imagen quedó reflejada en el ventanal del Aeropuerto El Dorado donde una vez profirió un adiós mudo y conforme.

¿Usted a dónde va? ¿A España? Cuando vea a Luz dígale que la vida no es justa pero ella la hizo más injusta con su partida. No sé cómo comportarme. No sé qué ropa ponerme. Y sé que soy inteligente pero en estos días ni siquiera recuerdo la respuesta de 2÷1 porque invierto los números. Eso. Eso soy desde que ella se fue… La mitad de una persona.

La segunda vez que quedé huérfana me enteré por un correo electrónico. “Asunto: Urgente, muerte de su mamá.” Los tiempos modernos nos han quitado vestigios de humanidad. Las parejas se comunican con mensajes de texto, los jefes despiden a sus empleados en un e-mail. Nadie quiere enfrentar a nadie. Pero mi mamá y yo merecíamos más que eso. Una voz en el teléfono que me sostuviera mientras yo me desboronaba; una conversación por Skype que me detuviera antes de zambullirme en el pozo de miseria del que a veces salgo para tomar una bocanada de aire y seguir… tratar de seguir.

Ahora hasta hablo con los muertos, como la mamá de Julieta y el primo de Samuel. ¿Usted a dónde va? Luz es mi mamá y se fue al cielo hace cuatro años. Cuando la vea dígale que la perdoné porque era necesario que el curso “normal” de la vida continuara en mí. Cuéntele que por fin soy una mujer y que sigo escribiendo poemas para ella. Dígale que aun no entiendo la vida y que su muerte me ha dejado un agujero en el pecho que cubro con mi bufanda, que he desarrollado una patología en el corazón porque de tanto pensar en ella se le olvida andar, que sufro de narcolepsia porque al menos en los sueños se me concede el privilegio de abrazarla.
Luz es mi mamá y se fue al cielo hace cuatro años. Usted la va a reconocer enseguida porque ella es pura luz como su nombre. Cuando la vea dígale que…